EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

miércoles, 13 de abril de 2022

Pedagogía y enseñanza

 


He leído de diversos expertos educativos lo siguiente: hoy en día, puesto que nuestros alumnos adolescentes son incapaces de mantener la atención prolongada durante más de diez minutos, no es conveniente dar explicaciones que excedan ese tiempo. Parece lógico. Imagino que nuestros escolares irán perdiendo cada vez más esa capacidad de atención con el paso del tiempo. No sólo por el “efecto pantalla”, sino porque cada vez ejercitarán menos la capacidad de atención. Puedo suponer que, al ritmo frenético con el que se mueve el mundo actual, en menos de una década tendremos que limitar nuestro discurso a menos de un minuto. Lástima, será el fin de las charlas TED…

Cuando escucho cosas como estas, lo que me planteo es cómo podemos ayudar a nuestros escolares a potenciar esa capacidad de atención que tienen tan mermada. Si el problema consiste en que tienen limitada esa capacidad tan humana, quizá debamos ayudarles a recuperarla, o a potenciarla, no a menoscabarla cada vez más. En el ámbito deportivo, por ejemplo, para mejorar las diferentes capacidades, nadie discute que debemos forzar el cuerpo para alcanzar la mejora. Pero en el ámbito de las capacidades intelectuales, que es donde se mueve la escuela, en vez de apelar al esfuerzo para alcanzar metas más altas, renunciamos a esas metas como si hubiera que proteger a los niños de aspirar a desarrollar sus capacidades.

Hace poco, otro experto afirmaba que a nuestros escolares no les interesa lo que se enseña en el colegio. Creo que es verdad. La respuesta actual consiste en centrarse en lo que les interesa a ellos. Renunciemos a transmitirles la sabiduría de la que ha hecho acopio la humanidad porque hay que limitarse a su visión contemporánea del mundo. En vez de ampliar horizontes, limitemos su campo visual. Dicen muchos “expertos” en educación que así se interesarán por el conocimiento… No tengo intención de rebatir esa afirmación. Ya he aprendido a no dialogar con el absurdo.

Así que he optado por ilustrar esta disertación con un ejemplo. En la asignatura de literatura universal de 3º de ESO, se me ocurrió empezar el curso llevando el CANTO I de la Ilíada. Repartí las copias, y dejé que los alumnos se enfrentaran al texto. Cada uno a solas con el Aeda milenario que daba vida al texto mientras les susurraba al oído: “¡Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles!”. A los dos minutos, ni uno solo de los alumnos estaba leyendo el texto. Se habían rendido. No entendían nada. Tenía diversas opciones: tirar a la basura la Ilíada, y optar por una lectura más cercana a ellos (no sé…, ¿nos vale con Percy Jackson como sustitutivo, o ya ha pasado de moda?), “descafeinar” el relato buscando una “lectura adaptada” de esas que se estilan hoy en día, explicarles yo mismo el cabreo de Aquiles y renunciar a que lean la obra, o bien enfrentarles al relato épico que ha cautivado de tal modo a la humanidad, que hoy en día sigue inspirando nuevas versiones. Elegí la más difícil. Ya contaba con que mis alumnos no entendieran nada en su primera lectura.

Los siento nuevamente por el temario y el curriculum y por las miles de “dimensiones y competencias” que no podré evaluar (creo que todos los docentes me entendéis…). Porque les dije que se olvidaran del texto y de mi crueldad al haber intentado hacérselo leer. Y dediqué las cuatro clases siguientes a tratar sobre diferentes aspectos de la cultura griega: del panteón de los dioses y las diversas relaciones entre ellos, de los mitos sobre el origen, de la visión que el hombre griego tenía del mundo y de la vida, del héroe trágico, del destino, del misterioso mundo micénico,… Hasta que llegamos a todo lo que envuelve al relato épico, al que nos habíamos ido acercando sin que ellos lo percibieran: la manzana de la discordia, el juicio de Paris, las dudas de Aquiles,… Presentamos a los héroes griegos que tomaron parte en la batalla, tratamos sobre cómo se había iniciado y desarrollado la guerra, mostrando esos vestigios arqueológicos que nos sugieren que Troya existió y fue sepultada por las llamas,…, hasta situarnos en el décimo año de la guerra, momento en que se inicia la cólera de Aquiles… Y finalmente, al quinto día llegó la traición: les volví a entregar el CANTO I de la Ilíada. TODOS entendieron lo que estaban leyendo. La lectura individual se prolongó hasta que no quedó más texto. Y algunos, que no todos (porque le pese a quien le pese, la cultura es aristócrata), levantaron la cabeza del papel esperando que les entregara el resto de la historia… Y pude decirles que, si la primera vez les había parecido un rollo ininteligible e inaguantable, se debía a la escasez de conocimiento, no a que la Ilíada fuese un rollo insufrible. Sólo uno de los treinta leyó el libro por su cuenta. Ya ha valido la pena el esfuerzo. Un alumno llegó a decir que “eso de los dioses griegos tiene más morbo que el Sálvame”. No hay nada nuevo bajo el sol… Pudo salir mal. Llevo muchos años en esto como para saber que, a veces, no somos capaces de crear la atmósfera adecuada para generar interés por el conocimiento. Pero puedo decir que siempre hay vestigios de victoria cuando el profesor se centra en el conocimiento. En este caso salió bien.

Las clases se desarrollaron de diversos modos (o con diferentes estrategias, como dirían los pedagogos actuales), pero hubo buena parte de “clase magistral” en muchos puntos. Creo que a los alumnos les agrada más la explicación del profesor que da vida a la materia, que buscar datos en Google, pues allí son ellos quienes tienen que dar vida a una materia que consideran fiambre…

“¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!”, escribió Daniel Pennac como quinto capítulo de su maravillosa Como una novela. Porque creo que cuando no perdemos el tiempo en pensar cómo enseñar para que los alumnos aprendan, es cuando nos podemos centrar en enseñar lo que merece la pena ser aprendido. Y mediante la maestría de los años, hallamos la manera de llegar a ellos. Profesor y alumno. Entre ellos, la materia. ¿Qué más necesita la educación?

lunes, 31 de diciembre de 2018

ADAPTARSE A LOS TIEMPOS



El blog cumple tres años. En los últimos meses no había escrito nada. La verdad es que no es por falta de ideas. Ni por falta de tiempo. Ni siquiera por falta de ilusión. Los motivos son otros, y no es mi intención explicarlos. Es probable que dentro de un tiempo (largo o breve, no sé) vuelva a escribir. En todo caso, hoy me apetecía escribir algo, no necesariamente para mantener las constantes vitales del blog. Sólo me apetecía. Así que dejaré una reflexión antes de fin de año. 

Nos repiten machaconamente que hay que adaptarse a los tiempos. Como en nuestra época todo es rápido, fugaz, volátil o superficial, parece que para adaptarse a los tiempos hay que estar saliendo de la “zona de confort” a cada minuto, hay que cambiar las metodologías porque en un solo curso escolar se tornan obsoletas, hay que conocer y adaptarse a cada una de las novedades, es de vital importancia estar enterado al minuto de todo lo que ocurre en la otra punta del planeta, renovarse una y otra vez, vivir frenéticamente,… 

Sin embargo, aunque considero buenos tanto el cambio como la capacidad de adaptación, hay que matizar. Y mucho. Creo que cada época tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Sus virtudes y sus defectos. Y también considero que una “buena adaptación” requiere de una profunda reflexión…  Y esa “malsana” prisa del mundo actual que pretende que estemos siempre en la cresta de la ola, creo que en realidad es lo que impide toda adaptación. Creo que es uno de los defectos de esta época... Porque el cambio es bueno, pero creo que el cambio constante es destructivo. Ese cambio constante impide la reflexión. Impide la observación. Impide el crecimiento. Impide la creación de algo estable… Todos sabemos que ante un cambio importante, un niño sufre consecuencias. Ahora imaginemos el comportamiento de un niño cambiando cada seis meses de vivienda… Quizá el exceso de cambio no sea tan bueno. Quizá hay que dejar de hablar del cambio y empezar a hablar de “estabilidad”. Estoy con Chesterton, ese autor que tantos citan pero tan pocos han leído…: “El niño necesita conocer las cosas que son fijas, no las que están cambiando: debemos enseñarle la belleza y no la moda”… Porque la vida misma es voluble. Y si el niño no ha asentado una base sólida, la corriente se lo llevará tarde o temprano. Ocurre en todos los ámbitos de la vida.

Porque creo que todo ser humano busca estabilidad. Y también creo que madurar comporta caer en la cuenta de la inestabilidad de nuestra existencia. A veces ese “caer en la cuenta” es traumático. Y precisamente, cuanto más frágiles nos descubrimos, más necesidad tenemos que aferrarnos a algo estable. Y con más intensidad lo buscamos. ¿Y cuál es el momento de mayor fragilidad del ser humano, la etapa que más necesidad tiene de estabilidad? Creo que es la infancia y juventud, esos momentos de maduración y de crecimiento por excelencia. Esas etapas que requieren de referencias y de referentes. Así que, en vez de fomentar el cambio y la continua adaptación, o en vez de pretender sacar continuamente a los niños de esa “zona de confort” tan poco definida, como predica la sacrosanta pedagogía competencial, quizá lo que debamos hacer sea exactamente lo contrario… Porque, queramos o no, el cambio siempre llega. Es ley de vida. Así que, ¿para qué afanarnos en buscarlo y adorarlo?

Ya hace unos cuantos siglos, se confrontaron las ideas de un par de tipos. Se llamaban Heráclito y Parménides. Para el primero, toda la realidad cognoscible era movimiento. Para el segundo, el verdadero conocimiento debía ser estable y sin fisuras, por lo que el movimiento no era más que “apariencia” de realidad. Eso es lo que se llama “extremos”. Y cabe señalar que la gran mayoría de los antiguos filósofos no se encontraba en ningún extremo: buscaban aquello que era estable dentro del movimiento. La reflexión viene de lejos… Aunque sólo añadiré una observación sobre los extremos: si se acepta como punto de partida (o como conclusión) que todo es movimiento e inestabilidad, jamás se buscará aquello que “permanece” al cambio. Así que resultará imposible construir algo. La reflexión en sí misma sería absurda.

Hace poco me escribió un antiguo alumno de cierto colegio que no deseo nombrar. Decidió dedicarse a la docencia. Y no le gusta demasiado lo que ve. Será que, aunque se ha formado en el siglo XXI, nació en el siglo XX y no se ha adaptado a los cambios… Con su permiso, reproduzco uno de los párrafos que me escribió: "cuando fui a [...] para salvar los libros de latín y griego que todavía se encontraban en la biblioteca, hallé un curioso libro titulado Los charlatanes de la nueva pedagogía que ataca de manera magistral y en sus fundamentos filosóficos e históricos la estupideces de los pedagogos actuales. El autor es un tal Lucien Morin. Parece ser que la última vez que a alguien se le ocurrió sacar este libro de la biblioteca fue en 1980. No es de extrañar que con el tiempo se haya llenado inevitablemente el colegio de charlatanes". 

Debe ser por eso que los charlatanes niegan el valor del conocimiento (es de lo que carecen) y debe ser por ello que temen a quienes lo poseen. Porque el que no tiene fundamento o se niega a buscarlo es un ser superficial. Y cualquier persona superficial, fácilmente se convierte en un charlatán. Para el charlatán, cualquier idea que “brille” es buena. Pero si hace suya “esa” idea, fácilmente se convertirá en un fundamentalista, pues al no tener ninguna más, la adorará. Incluso llegará a creer que es propia. Y si se juntan unos pocos charlatanes que comparten la misma idea… Es probable que el charlatán actúe de forma inmoral para imponer “su” idea, pues desde que decidió adorar al dios del cambio, el fin justifica los medios. Y como es incapaz de argumentar su postura, no le queda más remedio que eliminar a quien considera un oponente. Y como el charlatán es de por sí astuto, acostumbrado como está a aparentar… 

En general, creo que los fundamentalistas triunfan a menudo. Pero con el paso del tiempo, llegará el descubrimiento de la mentira... Tarde o temprano, cualquier charlatán es descubierto, cual “falso profeta”. Porque “ese tipo” de ideas suelen producir lo contrario de lo que prometen… No tienen recorrido porque carecen de fundamento. Y los efectos secundarios pueden ser destructivos. Porque muchas veces se descubre que ese “adaptarse al cambio” ha removido hasta los principios más sólidos que tenían esas instituciones que se pusieron en manos de charlatanes… Y si alguien pensaba que el problema ha desaparecido con “el charlatán” de turno, poco tarda en descubrir que los problemas más serios están por llegar. Porque cuando el charlatán se va, la devastación ya se ha producido. Y se pone de manifiesto el verdadero drama... 

Creo que este principio sigue siendo válido universalmente: para emprender cualquier cambio, es necesario poner los cimientos.
Feliz año nuevo.

martes, 24 de julio de 2018

Pedagogía, ciencia y métodos




Hay quienes discuten si la pedagogía es una ciencia o no. Yo me posiciono a favor del sí. Por un simple motivo: si reclamo resultados y evidencias cuando me intentan vender un método pedagógico, le estoy reclamando a esa pedagogía algo que sólo el resultado de un estudio científico me puede ofrecer. Le estoy reclamando resultados y evidencias… Y si considero que la pedagogía es una ciencia, a todo aquel que no muestre evidencias, resultados o argumentaciones lógicas y sólidas, puedo decirle que hace de la pedagogía una pseudo ciencia, algo que no podría afirmar si antes no la considerase ciencia… 

La palabra “ciencia” implica que existe un “objeto de estudio” cuyo fin es ser conocido en sus causas y por sus causas. Así que, al hablar de la pedagogía como ciencia, el principal enemigo de la pedagogía (como de cualquier ciencia) es la ignorancia (y no las “emociones negativas”, por ejemplo…). Y tampoco podemos dejar de lado que, en la búsqueda de ese saber, hay verdades y falsedades. Y las verdades se sustentan en evidencias, resultados, argumentaciones sólidas,…

Sigo pensando que la enseñanza y, sobre todo, la educación, es una cuestión esencialmente de personas, no de métodos. Y creo que esa realidad está por encima de cualquier método. Así que pocas veces le he dado especial importancia a los métodos, es decir, a la pedagogía como ciencia. Sin embargo, llegados a este punto no nos queda más remedio que afirmar que existen métodos fraudulentos. Puesto que la mayoría de las cuestiones jamás son absolutas, es necesario decir que ciertos métodos pueden ser aplicables en determinados contextos, pero no en otros. Es decir: algunos no son universales. No es este el objetivo de este artículo, así que no me extenderé. En todo caso, vayamos a lo esencial: muchos métodos se basan en afirmaciones pseudo científicas o reduccionistas. Creo que así son la mayoría de los que se venden hoy en día. Y curiosamente, muchos de esos métodos fraudulentos se nos presentan con el “aval de la ciencia”. Últimamente, se apela a la neurociencia, incluso para intentar vendernos neuromitos, los mismos de siempre, como verdaderos… 

Todo lo dicho hasta ahora tiene muchas implicaciones. La primera: creo que aplicar un método fraudulento no convierte a nadie en mal profesor. Es más, creo que un buen profesor puede lograr enseñar mediante un método fraudulento. Pues sigo convencido de que quien transmite es el profesor, no el método. Pero sí me gustaría incidir en que lo más lógico es que un método fraudulento es susceptible de dañar al aprendizaje de los alumnos. E incluso a los alumnos como personas, independientemente de las buenas intenciones de quien lo use... Y a ciertas edades, el daño puede ser difícilmente reparable.

Por otro lado, creo que usar o haber usado uno o varios métodos pedagógicos fraudulentos tampoco convierte a nadie en mala persona. Pero me gustaría incidir en la responsabilidad personal (y moral) de los profesores al usar o defender un método, pues somos quienes usamos los métodos. Y, sobre todo, en la responsabilidad de quienes los promueven, ya sean gurús o directivos de colegio, cuya responsabilidad es inmensa. Porque todos podemos equivocarnos o dejarnos llevar por lo que brilla. Pero si se descubre y se denuncia la falsedad de un método y un colegio se da cuenta de que se había equivocado, sólo se me ocurre una posible actuación: Dar la cara, informar con claridad, rectificar y no tener miedo a la verdad. Y reparar (o compensar) los posibles males cometidos con el atropello pedagógico, que muchas veces van más allá de la simple pedagogía… Sería estúpido persistir en el error. Algunos persisten un tiempo por cuestiones de marketing o de contratos, esperando el momento adecuado para “rectificar sin que se note mucho”, o porque consideran que “su institución” no puede mancharse con el error. Posiblemente sea la actitud que más daño hace a la educación es la siguiente: intentar ocultar y disimular el error cometido, o no dar importancia a eso que se hizo mal para “no parecer que hemos metido la pata”, o buscar “chivos expiatorios”, “teorías de la conspiración”, o directamente mentir para salvar las apariencias porque en el fondo “estamos dando un nuevo rumbo a nuestro proyecto pedagógico”. En todo caso, creo tan sólo la primera actitud comentada puede ayudar a combatir el uso pseudocientífico que tantos hacen de la pedagogía. 

Creo que dedicarse a la enseñanza exige esmerarse en conocer la fiabilidad los métodos que se usan. O de aquellos métodos que nos obligan a usar: porque un profesor tiene el derecho a usar los métodos que crea convenientes más allá de lo que le “ordene” la empresa. Creo que es nuestra obligación combatir la ignorancia y la “pseudociencia” en la pedagogía: es uno de los grandes males de la enseñanza. Y los profesores debemos procurar informarnos y profundizar. Porque el problema de las pedagogías fraudulentas es que todo ello lo padecerán los alumnos. Y lo peor es que la mayoría de las veces, padecen esos efectos a la larga, razón por la que resulta más difícil diagnosticar las causas y hallar soluciones factibles.

martes, 26 de junio de 2018

“Tus alumnos te recordarán por ser quien eres”



“Tus alumnos te recordarán por ser quien eres, no por lo que sabes”. He leído cientos de veces esta frase. Es una de esas “frases hechas” que aparecen de forma recurrente en las redes sociales. No criticaré la frase en cuestión, pues creo que es verdadera. Lo que me preocupa es que esa frase se usa como un eslogan para desprestigiar el conocimiento. Como tantos y tantos pensamientos efímeros que pueblan las redes sociales. Desgranemos el sentido de la frase… 

Creo que “ser buena persona” o “gustar a los alumnos” no está reñido con “saber mucho”, imagino que todos estaremos de acuerdo. Sin embargo, creo que si un profesor no conoce mucho lo que enseña, da igual lo buena persona que sea, pues difícilmente logrará enseñar lo que no sabe... Y, en ese caso, mejor que se dedique a otra cosa. Porque un profesor que no enseña es un fraude para los padres que depositan en él la confianza. Y para los alumnos. Y, además, es un lastre para los compañeros de trabajo… Y es que no pasa nada por decir que la primera cualidad del profesor es que conoce y ama su materia. Además, cualquier profesor que intenta trabajar con profesionalidad es buen profesor, pues ya es honesto. Y creo que ser un buen profesor predispone a ese buen profesor a ser una  persona mejor, pues cualquier persona que procura realizar con profesionalidad y honestidad su trabajo, está siendo una buena persona, aunque no sea empática... Pero como hoy en día nos venden que el profesor tiene que “parecer” un tipo “guay”, “molón”, y que debe aunar en sí mismo todas las cualidades de la perfecta “inteligencia emocional” (todo eso de “asertivo-empático-simpático”,…), no parece que lo esencial, que es enseñar, sea importante… A todos los que empiezan a dar clase me gustaría decirles: que no os engañen, intentar “gustar” a los alumnos es una malísima estrategia para ser profesor, la peor posible… 

He repetido varias veces en este blog que la principal misión de un profesor es enseñar. Y se enseñan unos contenidos, es decir, unos conocimientos. Afirmar eso no es “ser un insensible” ni implica “despreciar las emociones” de nadie. Tampoco implica ser un “perezoso que no quiere salir de su zona de confort”, ni nada por el estilo. Tampoco es ser “mala persona”, en ningún sentido del término, ni un devorador de las emociones de los niños... Pensar de ese modo no está de moda y está desprestigiado: ese es el único problema de ser profesor y defender el conocimiento. Porque humildemente, considero que es de elemental sentido común afirmar que la primera misión de un profesor consiste en enseñar… Pero, como decía, poner el foco en los “contenidos” y “conocimientos” no implica “despreciar” a la persona a la que se enseña. Más bien implica lo contrario.

Y, para seguir profundizando, también he escrito cientos de veces lo siguiente: considero que todo profesor tiene que ser consciente de que es un modelo para sus alumnos. Es decir, que educa con su presencia en el aula, por el simple hecho de ser profesor. Educa incluso aunque no haya planificado ningún apartado en su asignatura sobre educación emocional ni haya concretado los valores que quiere transmitir por medio de lo que enseña… Educa “sin querer”. Porque, sea o no consciente de que es un modelo para los alumnos, el profesor lo es. Sin embargo, no creo que el profesor deba buscar “ser un modelo”. De hecho, creo que tampoco debe buscar “ser amado”, ni “venerado”, ni “llevarse super bien con los alumnos”, ni simplemente ser “recordado” por sus alumnos. Si ocurre todo eso, fantástico. Pero si no ocurre, igualmente fantástico. 

Y creo que es aquí donde hay que contextualizar la frase con la que he empezado este post: se puede planificar qué y cómo enseñar. Pero, para bien o para mal, las convicciones morales o personales no se planifican: se viven, si es que se tienen... Y si no se tienen, no se viven. Y si no se viven, resulta imposible transmitirlas… Es decir: el profesor transmite unos conocimientos. Pero su responsabilidad es tan grande, que también transmite unos principios, valores y convicciones. Sin embargo, y para que nos entendamos, cuanto menos piensa en esos valores, principios y convicciones, con más fuerza los transmite. Pues los principios, valores y convicciones se transmiten con la propia vida, con la vida de cada persona con nombre y apellidos, no por medio de los métodos, ni de los contenidos, ni de las instituciones, ni de los planes educativos o formativos, ni de los discursos, ni de los valores,... 

Así que, en conclusión, creo que ser recordado es algo que generalmente llega después del trabajo bien hecho. Aunque es bueno saber que muchas veces, tras el trabajo bien hecho jamás llega el reconocimiento… Pero llegue o no llegue, el profesor que trabaja bien ya ha cumplido con el cometido de ser un buen modelo para sus alumnos. Porque un profesor que se centra en enseñar su materia lo mejor posible, pondrá todos los medios para intentar ser justo, sincero, trabajador, puntual, honesto, ordenado,… Pondrá sus conocimientos al servicio de sus alumnos y se esmerará en preparar las clases, y en pensar el mejor modo de transmitir lo que desea enseñar, aunque se equivoque mil veces. Incluso innovará sin plantearse que está innovando… Y es probable que una personalidad así genere confianza en las personas a quienes honestamente intenta enseñar. Es decir,  transmitirá lo que vive sin necesidad de llenarse la boca con los sobrevalorados valores… Y entonces estará en disposición de ayudar también personalmente (desde su condición de profesor) a quienes se le acerquen. Y así es como se forja un modelo de conducta que no busca “gustar” ni ser aplaudido: por medio de la profesionalidad y de la excelencia (y coherencia) personal, no del buenrollismo narcisista…

Porque estoy de acuerdo: “Tus alumnos te recordarán por ser quien eres”. Sin embargo, creo que esta frase, expresada así, no necesita ningún añadido ni matiz: ya está completa.