EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

lunes, 17 de abril de 2017

Educación emocional (Parte III): la autoestima




La autoestima se define como la “valoración que uno tiene de sí mismo”. Es la forma en que cada uno se considera frente a los demás, por sus cualidades o sus rasgos personales. La autoestima puede ser positiva o negativa, dependiendo de la valoración que cada uno haga de sí mismo. 

La autoestima influye mucho en nuestro modo de actuar y en nuestras motivaciones. Y la baja autoestima es causa de muchos problemas: puede coartar de tal modo a una persona que viva desconfiando de los demás, que tenga miedo a actuar, o que se considere incapaz de alcanzar cualquier meta. La pregunta viene a ser: ¿Cómo podemos ayudar a un alumno con la autoestima baja?

Lo más importante para crear la valoración que un niño tiene de sí mismo es el trato con sus progenitores. Es importante, pero no es determinante, pues somos libres y también cuentan otros aspectos. Pero es necesario señalar que la autoestima depende esencialmente de la familia, no del colegio. En su libro Educar en el asombro, Catherine L’Ecuyer habla de la importancia del apego en los primeros años, de respetar el asombro de los niños, o de conceder esa libertad en ámbitos como el juego, marcando límites en otros aspectos. Porque un límite es un criterio claro que también da seguridad al niño. De ese modo, en el momento en que el niño adquiere el uso de razón, es probable que la valoración que tenga de sí mismo sea positiva.

Si desde pequeños enchufamos continuamente al niño en la tele o en el ipad para estar más tranquilos, o si no prestamos atención a las cosas que le llaman la atención, el niño crece con la sensación de que sus padres no le hacen caso ni le valoran. Si queremos controlar hasta el más mínimo detalle de su vida o si lo sobre estimulamos para que sea un nuevo Einstein, no le concedemos al niño margen de maniobra, y es probable que crezca pensando que depende de estímulos externos. Si concedemos al niño todo lo que desea, le reímos todas las gracias, o le recordamos constantemente lo maravilloso que es, vivirá frustrado cada vez que algo le cueste esfuerzo. Estos son ejemplos de cómo dañar la autoestima de los niños.

¿El colegio tiene incidencia en la autoestima del niño? También influye. Pero, aunque tenga importancia, siempre será menor de la que tiene la familia. Por ejemplo, si los padres sobre estimulan al niño y siempre lo tienen ocupado con tareas “útiles para su futuro”, y además en el colegio se siguen las pautas de la estimulación precoz y del conductismo, se deja muy poco margen para el crecimiento personal del niño. No nos damos cuenta hasta que, cuando alcanza la adolescencia, el niño se siente vacío y explota, pues tiene la desagradable sensación de que la vida que vive no es suya. Es cuando las notas se resienten y la persona se vuelve apática. O, por ejemplo, si en casa enchufamos continuamente al niño a los aparatos electrónicos para que no moleste, le compramos un móvil a los diez años, y en el colegio a esa misma edad empieza a usar un ipad para casi todas las tareas, lo lógico es que el niño acabe dependiendo de los aparatos, por no decir que es más que probable que se cree una adicción. Y esas cosas no son culpa de los profesores que tiene en la ESO, que harán lo que puedan ante el caos vital de ese tipo de adolescentes. Aunque lo más fácil es señalarles a ellos.

El niño es el protagonista de su educación, estoy de acuerdo. Pero la película que protagoniza el niño difícilmente valdrá la pena si no hay un buen guionista, un buen director, si el vestuario no es el adecuado, o si toda la película se basa en los efectos especiales. Y es bueno recordar que quienes llevan la batuta de la sinfonía son los padres, no el colegio. Es cierto que un mal profesor o un profesor demasiado autoritario pueden mellar la autoestima de un niño. Pero lo que será realmente importante para que el niño salga airoso, será la actitud de los padres ante esa situación, no la poca profesionalidad o la poca empatía de uno o varios profesores. Un profesor puede influir negativamente. Pero ese influjo será mayor o menor en la medida que los padres se impliquen en la educación de sus hijos. 

Ante la evidente falta de autoestima de muchos niños, se nos venden los métodos educativos basados en que el niño “construya su propio conocimiento”. Porque algunos siguen pensando que, quienes dañan la autoestima de los niños, son los colegios que usan los mal denominados “métodos tradicionales”... Esta es la cantinela de moda: “Si utilizas tal método, los niños serán los verdaderos protagonistas, su aprendizaje será activo, y se sentirán mejor consigo mismos”. Pero los métodos sólo son estímulos externos. Por sí mismos, tienen escaso valor. En el colegio, creo que lo que incide en la autoestima del niño, para bien o para mal, es la actitud del profesor, no el método que utilice. Que el aprendizaje del alumno sea activo y que el niño esté a gusto en una clase, no depende de los métodos ni de las competencias que podamos enseñarle. Creo que más bien depende del marco antropológico del profesor. Depende de si el profesor es capaz de relacionar el aprendizaje con el conocimiento previo del alumno. Depende de si el profesor ve al alumno como persona capaz de entender activamente los conceptos, de pensar, de asimilar, de aprender, o de poseer palancas de motivación internas y no sólo externas. Porque lo que percibe el alumno es la actitud y disposición del profesor. La educación no es una cuestión de métodos o teorías. La educación es una cuestión de personas.
También se nos repiten constantemente los dogmas del “positivismo emocional” para aumentar la autoestima de los niños. Parece ser que los profesores siempre tenemos que decir a los niños cosas positivas, recordarles lo importantes que son, adecuarnos a todas sus necesidades, hacer “cariñogramas”… Se han puesto de moda en las redes sociales los vídeos de profesores recibiendo a sus alumnos con saludos personalizados o de profesores diciendo a sus alumnos, uno a uno, cuánto les quieren y lo importantes que son para el mundo. Pero eso es trasladar la “hiperpaternidad” a la escuela. Todo ese positivismo no es más que un cúmulo de estímulos externos, sentimentalismo efímero, que no tiene ningún valor por sí mismo si no va acompañado de una actitud o disposición interior del profesor. Además, ese “positivismo emocional” no se corresponde con la realidad, pues para que la autoestima sea fuerte, también es necesario conocer las propias limitaciones, las propias carencias, exigirse y ser exigido. 

Un adolescente puede sentirse apreciado con una mirada. Cuando el profesor le trata de tú a tú, el alumno entiende que confía en él: muchos adolescentes agradecen que les traten como adultos. Cuando un profesor se fía de la palabra del alumno, cuando el profesor arenga al chaval para que recapacite o se esfuerce más, cuando señala el error sin ofender, cuando el profesor define claramente los límites, cuando el profesor es consecuente y coherente, transmite a sus alumnos que les importa. Es decir, no es necesario que les diga “te quiero” para que aumente su autoestima. Cuando al profesor le importan sus alumnos, lo demuestra con su actitud, con su disposición, y con su profesionalidad, que es una forma de respetar al alumno, no con los métodos o con la mera empatía, que es la palabra que toca analizar en la siguiente entrada.

1 comentario:

  1. Ese paternalismo artificial (nacida de una exigencia absurda) es lo que nos convierte en personas poco receptivas al afecto real. Educar consiste en dejar a alguien asumir las consecuencias de sus actos, no en edulcorarlas. No en vano nos hallamos en la era de los azúcares refinados, los sucedáneos cancerígenos y la mierda envuelta en papeles de colores.

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