EDUCACIÓN Y SENSATEZ

La educación, al menos desde que el gran pedagogo Sócrates intentara alcanzar la sabiduría provocando partos entre sus discípulos y detractores, siempre se ha producido por la interacción entre los seres humanos, por el encuentro del sabio con el ignorante, del instruido con el inculto, del versado con el iletrado, o, en resumen, del maestro con el alumno.

jueves, 5 de abril de 2018

Educación y tecnología



En el mundo educativo, aún no he encontrado a nadie que demonice la tecnología o esté en contra de ella. ABSOLUTAMENTE A NADIE, aunque algunos quieran hacernos creer lo contrario. Pero, curiosamente, sí he encontrado a unos cuantos totalmente obsesionados con el uso de la tecnología en las aulas. Hablemos claramente de la tecnología en las aulas.

La premisa con la que todos estamos de acuerdo es que la tecnología no es mala. Ni tampoco creo que sea malo que esté presente en la educación. Jamás he estado en contra de ninguna tecnología. Lo que reitero una y otra vez desde hace años es que, al hablar de educación, antes de implementar cualquier cambio, considero necesario plantearse los “por qué, cómo, cuándo y dónde” del uso de la tecnología. Es lo que se llama “discernir”. Y no dedicamos tiempo a discernir… Porque la tecnología en sí misma es neutra: es algo con lo que nuevamente todos estamos de acuerdo. Pero el uso que hagamos de ella o el fin con que la usemos nunca es neutro. Y eludimos este aspecto tan básico. Porque todo indica que el uso abusivo de la tecnología en la educación (un ipad por niño, por ejemplo, se lo lleve a casa o no) no aporta nada. No sólo “no aporta nada”: es que también es susceptible de crear problemas a los niños, tanto en su aprendizaje como en su educación. Y también genera demasiados problemas a padres y profesores. Algunos aún se niegan a aceptarlo, aunque todas las evidencias indiquen esa dirección… 

En el caso del uso de la tecnología en la educación, la evidencia parece indicar desde hace tiempo que conviene ser restrictivos. “Ser restrictivo” no es “estar en contra de la tecnología”. Ni tampoco “demonizar la tecnología”. Sólo es “restringir” o “acotar” el uso. Pero si no se entiende, pongamos un ejemplo: el calzado en sí mismo es neutro. Pero el uso que hagamos de él puede tener consecuencias no deseadas. Porque será difícil bailar ballet con unas botas de montaña. O escalar con unos zuecos. O hacer una excursión alpina con unos “pies de gato”. Así que restringimos el uso del calzado a la actividad que deseamos hacer. “Ser restrictivo” en el uso del calzado no es “estar en contra del calzado”, ni tampoco de un calzado en particular. Sino más bien “ser restrictivo” consiste en utilizarlo en el ámbito y del modo que le corresponde. 

Porque podemos obcecarnos con usar unos pies de gato para una excursión alpina: pero si nos destrozamos los pies o no logramos nuestro propósito, en vez de justificarnos o decir “es que no sabía lo que podía ocurrir”, quizá antes deberíamos haber dedicado tiempo a discernir si ese calzado era o no conveniente… Y si no nos detuvimos a comprobarlo antes de empezar, sólo queda aceptar que nos hemos equivocado y descartar definitivamente ese calzado para ese fin. Sin embargo, si uno escala muy arriba con unos zuecos y se cae, a ver quien arregla el desaguisado... Porque escalar con zuecos no era lo más adecuado. Y algunos, no contentos con ello, decidieron además escalar sin cuerda. Y si muchos han caído porque alguien les obligó a escalar con zuecos y sin cuerdas, “creyendo” que era lo mejor, pero sin discernir qué era lo mejor, (o engañando mientras se llenaba el bolsillo de billetes, aunque las intenciones fuesen buenas), ¿quién es el responsable? Eso es lo que ocurre (y está ocurriendo) con la tecnología en las aulas. Porque cuando hablamos del uso y la finalidad de la tecnología y nos referimos a los niños o a la educación, ni todo vale, ni es posible la neutralidad o el manido “término medio”, sino que es necesario comprobar más que nunca los cómo, cuándo, dónde y, sobre todo, los porqués. Y eso había que hacerlo antes de lanzarse a experimentar…

Jamás he estado en contra de la tecnología en las aulas. Lo que denuncio una y otra vez desde hace años es el abuso indiscriminado que muchos colegios hacen de la tecnología en nombre de la innovación, del márketing, o de “ese futuro” que nadie conoce pero que algunos predican como si hubieran estado allí. Pondré algunos ejemplos de lo que considero “uso de la tecnología en la educación”, al menos en el ámbito que conozco, la educación secundaria. Nunca me ha parecido mal que en los colegios haya carritos de ipads o portátiles, y los profesores los usen para sus asignaturas según les parezca. Ni que haya pizarras digitales en las aulas, o aulas de informática disponibles para hacer actividades de cualquier asignatura. Tampoco me he opuesto jamás al uso de TICs como herramientas de apoyo, en la forma que sea, ni a que los materiales que se usan en el colegio también estén disponibles en formato digital. De hecho, es muy cómodo tenerlos también en ese formato, como apoyo. O a que haya plataformas para compartir la información, sea de la forma que sea. O a que alguna asignatura a partir de ciertas edades se trabaje a partir de materiales digitales. Asimismo, no me parece mal incluir asignaturas como robótica o programación en los curriculums. Pero, sobre todo, en nombre de la libertad de cátedra creo que cualquier profesor es libre de usar o no herramientas digitales para enseñar en su asignatura según crea conveniente. Incluso de pedir a sus alumnos que usen esas herramientas en ciertos trabajos o actividades concretas. Pero si al profesor le imponen el aparato, el profesor ya no es libre… Porque hablamos mucho de niños y métodos, pero el profesor es el gran olvidado del sistema educativo.

Lo que no entiendo, lo que considero un abuso sistemático, por poner un ejemplo, es que en un colegio se obligue a los profesores a digitalizar todos los materiales a marchas forzadas y sin posibilidad de abrir un debate sobre la conveniencia de llevar a cabo esa digitalización. En ciertos lugares se prepara el terreno: primero se digitaliza todo (generando un gran estrés entre el profesorado) para después crear la necesidad de tener un aparato para acceder a los materiales… Y una vez generada esa necesidad, se obliga a los niños a tener un ipad en propiedad para acceder a esos materiales, y al profesor a usarlo le guste o no. Y todo ello sin ofrecer a los padres la información necesaria o sin plantearse alternativa alguna. O peor aún: ofreciéndoles sólo información sesgada. Así que, con la excusa pedagógica, no sólo se obliga a los padres a comprar el aparato, sino también se les obliga a responsabilizarse de él y del uso que hace el niño. Y los que han decidido por los padres, se “lavan las manos” ante el posible mal uso o ante los problemas que genera el aparato. 

De ese modo, el ipad (o el portátil) se convierte en un medio obligado y necesario. Y llegados a ese punto, se ha consumado el abuso: niños empantallados todo el día también en la escuela. Leamos a los expertos y basémonos en las evidencias: el ipad como mero “soporte” de materiales ya no cuela. Porque, además, a los profesores se les obliga a convertir el aparato en su herramienta de trabajo, atacando a la libertad de cátedra, pero también a la libertad personal. Y toda la formación que ofrece la empresa se centra en el uso del aparato, en las TIC’s, en las aplicaciones, en la edición de materiales y videos,… Y se les obliga a crear continuamente materiales para la nube. Y hay colegios en los que, si un profesor tiene la osadía de “opinar”, se violan impunemente otras libertades personales o laborales. Así, sin más. Historias me sobran que algún día explicaré. Y ya, si en los coches de los directivos de un colegio empiezan a verse pegatinas con la manzana de Apple, la excusa de la pedagogía empieza a ser más que sospechosa… 

Como profesor de secundaria, lo que tampoco entiendo es la frivolidad con la que estas cosas ocurren especialmente en la educación primaria, pues cada edad tiene sus límites. Seamos claros: si un profesor no sabe enseñar, si no logra captar la atención ni interesar a sus alumnos, o si sencillamente tiene problemas para dominar un aula, el ipad no arreglará sus problemas… Es más, los aumentará. Y si el exceso de pantalla puede suponer problemas reales para tantos niños y para su educación, si el ipad no aporta lo que nos prometió que aportaría, ¿por qué empeñarnos en llenar de pantallas los colegios o en seguir empeñados en su uso? ¿Por qué seguimos experimentando con los niños? ¿Quién se responsabilizará de las consecuencias?

Hace poco un profesor al que le impusieron el ipad en cierto colegio, me dijo que tras varios años con el aparato aún no le encuentra el sentido ni la utilidad. Es más: dice que no sólo no aporta nada a los alumnos, sino que a él le genera demasiados problemas. Afirma que, como profesor, no le sirve. Parece ser que en su colegio todos se quejan pero nadie alza la voz… Porque hay lugares donde el miedo lleva a no decir lo que se piensa. En su momento, ese profesor no se planteó si el ipad era o no beneficioso: es un buen trabajador que confiaba en las buenas intenciones de sus jefes cuando lo impusieron… Y se ha dado cuenta de que se le ha impuesto el aparato sin verificar antes si era o no era la mejor opción. Como hay personas que se niegan a aceptar las evidencias, parece que aún hay gente que dice aquello de “quizá la implementación no se hizo bien”…

Hay colegios que se dejaron llevar por la vorágine tecnológica que han rectificado. No es fácil, pero lo han hecho ante la evidencia. Otros colegios aún se obcecan con el uso y “morirán con las botas puestas”. Manda el cliente, no la evidencia. Pero hay otros colegios que se han acostumbrado a “vender imagen”. Así que admiten el error de puertas adentro, pero lo niegan de puertas afuera con una sonrisa. Creo que esos colegios sólo rectificarán cuando llegue el momento oportuno para evitar un descalabro. Y tendrán la osadía de vanagloriarse de su error: “tuvimos buenas intenciones, y eran tan buenas que incluso sabemos rectificar”... Seguramente, buscarán como chivo expiatorio a quienes abanderaron el proyecto, aquellos a quienes todos vitoreaban cuando estaban en la cresta de la ola... Y cargarán sobre ellos la culpa. Y así todos tranquilizarán su conciencia y evadirán responsabilidades. Convirtieron al ipad en su dios. Pero cuando el ipad se convierta en un ídolo caído, todos los que lo adoraron disimularán y dirán que nunca lo adoraron… 

¿Cuál será la siguiente innovación? ¿Cuál será la siguiente moda u ocurrencia? ¿A qué ídolo adorará el mundo educativo tras el ipad?... Porque hace mucho que pienso que “el ipad en la escuela” tan sólo es la punta del iceberg. El ipad es un intento más de receta pedagógica milagrosa. Peligroso, pero uno más: una simple tirita que pretende arreglar problemas más graves de los que no queremos hablar. Porque los verdaderos problemas de la educación son mucho mayores. Y mucho más profundos. Esos que los buenos profesores conocen bien y afrontan cada día. Algunos a pesar del dichoso ipad.

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